Me pesaba la maleta, no es que estuviera demasiado cargada de ropa ni de zapatos, llevaba lo justo que había necesitado después de pasar un fin de semana invitada por unas amigas y volver a casa. Busqué el número asignado en mi billete y cuando encontré mi asiento, agotada, me dejé caer en él .Los pies me dolían, se me empezaban a hinchar, como parecía fueran a estallar de mis tacones decidí descalzarme. Sentí un gran alivio al liberarme de ellos y esconderlos bajo el respaldo que tenía delante de mí.
El vagón empezó a llenarse, algunos viajeros obstaculizaban el paso de otros al comprobar con lentitud que el lugar elegido era realmente el suyo. Apenas unos minutos antes de que se cerraran las puertas, un chico moreno se sentó a mi lado. No me fijé demasiado en su aspecto, mi intención era acomodarme lo mejor posible y quedarme dormida hasta llegar a mi destino, despreocupándome de tener que entablar alguna conversación con mi compañero de viaje y así acortar las horas que se me iban a hacer eternas hasta bajarme del tren.
Cruzando las piernas mi falda se encogió dejando al descubierto parte de mis muslos. Sentí frio, no había sido un buen acierto ponerme para viajar las medias negras de rejilla. La azafata pasó ofreciendo cajitas con pequeños auriculares. Cuando alargué el brazo para tomar el mío, la chica tuvo que volver a llamar la atención de mi acompañante que, con mi movimiento, parecía haberse quedado abstraído.
- Señor, sus auriculares
- Lo siento, estaba distraído, gracias señorita
Abrí la cajita, deslié los cables introduciéndolos en el agujerito de audio que se encontraba en el brazo separador de los dos asientos, pero no funcionaron, sólo un pequeño pitido ensordecedor se dejaba escuchar. Tampoco me importaba demasiado, a pesar de que había contado poder sintonizar el canal de música clásica y tener la suerte de que retransmitieran alguna pieza barroca que me ayudara a relajarme o incluso dormirme.
Mi compañero de viaje, al darse cuenta de que trasteaba los cablecillos sin ningún resultado, y había optado por guardarlos de nuevo en su funda, me ofreció gustoso los suyos.
- No van, verdad ? Estas baratijas suelen salir defectuosas y si acaso al principio se oyen, no suelen durar mucho. Compré unos buenos antes de subir.Ten, oirás mejor con ellos que con los que me han dado a mí.
Sonreí tímidamente y contesté
- Eres muy amable, no tengo tanta necesidad de ir escuchando música, tampoco veo justo que tú, previniendo que te pudiera pasar lo que a mí, hayas comprado unos mejores, y yo me aproveche de ellos. Gracias, pero preferiría quedarme con los pequeños.
Lo dije despacio, no quería parecer grosera ni que me tomara su ofrecimiento como un desprecio. Y así, pulsando quién debería quedarse con los más válidos, empezábamos una conversación que duraría la mayor parte del viaje. Era un hombre amable, de unos 45 años, y aunque su manera desenfadada de vestir no llamaba demasiado la atención, sí su aspecto extremadamente pulcro. Me di cuenta de que una pequeña cicatriz marcaba la ceja izquierda de su cara, no le afeaba, daba la impresión de que aquella señal le favoreciera para no olvidar su rostro y resultara fácil reconocerlo en el caso de pasado mucho tiempo volvieras a reencontrarte con él.
Hablamos de muchas cosas banales,y a medida que íbamos entrelazando una conversación con otra, me sentía como si lo conociera de toda la vida. Mi cansancio fue desapareciendo al igual que mi frío,y me fui sintiendo cada vez más a gusto con su compañía. No hubo preguntas personales, parecíamos una pareja iniciando un acercamiento futuro sin haber tenido un pasado.
- Te apetece tomar una cerveza?, estoy sediento y creo que tú también puedas estarlo
Acepté gustosa, y atravesando los estrechos pasillos del tren llegamos al vagón de la cafetería. Cada vez que teníamos que dejar paso a alguien que ya venía de vuelta, su mano se posaba en mi espalda, a la altura de mi cintura. Su gesto era cálido, agradable, como si al rozarme temiera hacerme daño. Nos apoyamos en la barra pegada a la ventana, y viendo pasar la arboleda que íbamos dejando atrás seguimos charlando animadamente.
Empecé a notarme atraída por él, y a pesar de no conocer nada de su vida dejaba de ser un extraño para mí. Nos mirábamos como si fuésemos cómplices de algo que ni siquiera había ocurrido ni tampoco tenía por qué ocurrir. Alegremente, tras consumir las bebidas, nos volvimos a nuestros asientos.
Me acomodé más si cabe que la primera vez que yo ocupé el mío y,de un modo encantador me ofreció respetuosamente su hombro donde apoyara mi cabeza; el efecto de la cerveza y el vaivén del tren hicieron que me venciera el sueño hasta quedarme dormida.
Me vi en una fiesta rodeada de mucha gente, saludando a personas que parecían ser mis amigos, estaba aburrida y forzada, de pronto noté que una mano fuerte cogía mi brazo y delicadamente me separaba de allí.
- Ven, bailemos
Al volverme hacia la voz que me invitaba, me encontré a mi agradable compañero de viaje. Protegida por su cálido abrazo me dejé llevar por la música. Mis pies parecían no tocar el suelo, y mientras seguíamos bailando, cerré los ojos apretándome fuertemente a su cuerpo.
- Me gusta tu perfume, hueles sutilmente a lilas, me gusta la estela que dejas cuando pasas, no es asfixiante, es tan delicado como tú.
No tenemos la facultad de elegir lo que queremos soñar, ni dónde, ni con quién, y muchos menos con algo característico. Siempre que he escogido un perfume he procurado que su aroma fuese afrutado, las lilas nunca habían entrado en esa elección.
Bailamos y bailamos hasta quedarnos solos viendo amanecer, sólo una música tenue y ese perfume de lilas nos acompañaban. Recuerdo pasear por las calles vacías dejando furtivos besos en mi cuello repitiéndome una y otra vez cómo le gustaba el olor que desprendía…
El tren hizo un movimiento brusco y me desperté, no había nadie sentado a mi lado,ni ninguna señal de que el asiento de mi izquierda hubiera estado ocupado. Sólo una caja donde van guardados los auriculares descansaba en él sin nada en su interior.
Esperé un rato con la esperanza de que mi acompañante hubiera ido al aseo, pero transcurrido el tiempo necesario, no regresó. El tren paró en una estación mientras algunos viajeros bajaban y otros subían. Una señora mayor, comprobando el número correlativo al mío se sentó junto a mí. El tren volvió a sellar sus puertas y continuó su camino.
Decepcionada, casi enfadada conmigo misma, me recriminé haber confiado en alguien que ni siquiera había tenido el detalle de despedirse despues de haber compartido tantas horas . No entendía su actitud, incluso llegué a pensar, como justificando su proceder, que lo hubiera imaginado, o quizás ,mi encuentro inicial con él, hubiera formado también, parte de ese sueño del que no me hubiera querido despertar.
Una estación tras otra me fue acercando a mi destino final. Cogí mi maleta, bajé del tren, y algo desencantada atravesando todo el andén , llegué hasta donde me esperaba mi hija.Ella, amablemente, se había ofrecido para recogerme y llevarme de vuelta a casa.
Pasaron varios meses y aunque el recuerdo de aquel chico seguía vivo en mi interior, al final quedé convencida de que todo lo había imaginado y mi vida transcurrió como siempre .
Llegó la fecha de mi cumpleaños, nunca lo celebraba pero sí aguardaba con ilusión los regalos que pudiera recibir. Mi hija, tras abrazarme cariñosamente y con una graciosa sonrisa me entregó una cajita adornada con un lazo dorado.
- Feliz cumpleaños, mami !
La abrí cuidadosamente sospechando que era un frasco de perfume y allí, dentro de ese bonito envoltorio apareció una botella preciosa donde en su adornada etiqueta se leía “ UN AMOUR DE LILAS “
Mi cara de sorpresa alertó a mi hija temiendo que ya lo conociera y no me pudiera gustar.
- Huele muy bien, mamá, intenté comprarte el que usas habitualmente pero estaba agotado, dudé entre varios que me ofrecía la dependienta pero me pasó algo muy curioso. Un señor que aguardaba su turno para ser atendido detrás de mí, al ver mi indecisión, me dijo:
- Sé que es para tu madre
- Sí- contesté sorprendida
- Entonces elige éste, le gustará
- Su fragancia no era muy fuerte, me gustó, por eso le dije a la chica de la perfumería que me lo envolviera y cuando me volví para marcharme y darle las gracias a ese hombre por haberme ayudado, ya no estaba, había desaparecido!
Intenté no descubrir mi asombro de mi secreto guardado,y simulando simple curiosidad le pregunté a mi hija:
- Quién era, lo habías visto antes?
- No, nunca lo había visto , era esa clase de hombre que te podría gustar a ti, aunque llevaba una cicatriz en la ceja, pero no le quedaba mal.
Mi corazón dio un vuelco, abracé a mi hija agradeciéndole el regalo y abriendo el frasquito, dejé caer unas gotas en mi muñeca. Olía a lilas, ese mismo perfume de lilas que me hicieron disfrutar de aquel atesorado sueño.
Haiku 64 (Noviembre)
Hace 2 semanas